por Andrés Herrera Feligreras. Red Navarra de Estudios Chinos.

A Zhou Enlai le preguntaron en los años 50 su opinión sobre la Revolución francesa de 1789. Su respuesta fue categórica: “es demasiado pronto para opinar”. El ilustrado revolucionario chino quería decir que los procesos que comenzaron en aquel hito todavía se estaban desarrollando. Y dado que su recorrido histórico no había terminado era premeditado emitir un juicio. De forma similar podríamos decir que el proceso modernizador iniciado con la fundación de la RPCh en 1949 está inconcluso. De esta manera, muchas de las opiniones sobre China y sobre su futuro obedecen más a deseos ideológicos que a consecuencias directas del examen de la realidad material. Como método de análisis, ésta podría dividirse en luces y sombras. Un paso básico para intentar realizar una labor de prospectiva.
El gran lance de China para el futuro continúa en la misma ecuación que marcó su pasado: mucha gente en poca tierra. El desafío seguirá siendo cómo gobernar y alimentar al 22% de la población mundial con sólo el 6% de la superficie cultivable del planeta.
Para apreciar los logros de la Repblica Popular en su justo tiempo histórico podríamos trazar una línea en 1950 y desde entonces comprobar la marcha de los países que vivieron procesos de descolonización durante las décadas siguientes. A la muerte de Mao los chinos tenían -por primera vez en su historia- las necesidades básicas cubiertas, mejoró sustancialmente la situación de la mujer, se acabó con la adicción al opio a gran escala, se redujo la mortalidad y el crecimiento medio anual entre 1949 y 1976 fue del 6%. Todo ello, a pesar de las barbaridades del maoísmo. En el plano internacional, China había ocupado su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU convirtiéndose en un actor mundial de primer orden. Sobre estas bases Deng Xiaoping pudo emprender un programa de reformas económicas que ha sacado de la pobreza a 800 millones de personas y ha hecho crecer la economía china de forma sostenida y espectacular durante los últimos 30 años. No todos los países del Tercer Mundo pueden decir lo mismo.
China es hoy la tercera economía planetaria y, a la vez, un país en vías de desarrollo. Los planes del gobierno impulsan la industrialización en el interior al mismo tiempo que deben promover la desindustrialización en las zonas saturadas. Se vive un proceso de urbanización de dimensiones históricas, nunca conocido en el planeta, en el que – un ejemplo - millones de personas se han trasladado del campo a la ciudad en poquísimo tiempo. Paralelamente, se quiere evitar la formación de caóticas urbes, como en la India o de favelas brasileñas. En una civilización donde tradicionalmente los mensajes han sido unidireccionales –de arriba abajo- las nuevas tecnologías han supuesto una auténtica revolución. Los problemas nacionales de la periferia mezclan identidad y necesidades sociales. Pekín recurre a parches de fuerza y estimulo económico, aunque es consciente de que debe abordar de forma estructural la cuestión del autogobierno. Éstos son algunos de los muchos problemas derivados de la realidad esquizoide en la que vive el gigante asiático.
Sin embargo, también es constante la búsqueda de soluciones y el esfuerzo por mejorar. Y se aprecian síntomas: promoción de las mejoras sociales, primeras penas por delitos contra el medio ambiente, fuertes campañas anticorrupción, debate sobre el autogobierno, persecución de delitos contra la mujer, cambios en el modelo económico, mayor transparencia informativa…
Podríamos seguir sumando sombras: agudización de las desigualdades territoriales, sociales y de

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